El pago forzado y la involucracion familiar

El Pago Forzado y la Involucración Familiar


En un apartamento oscuro y desordenado, el esposo Roberto, de 42 años, se enfrentaba a una deuda masiva con tres prestamistas brutales: Rafael, el líder musculoso y tatuado; Gustavo, un tipo alto y cruel; y Paco, el más joven y agresivo de los tres. Con el dinero agotado, Roberto decidió ofrecer a su esposa Carmen, de 34 años, una mujer de curvas pronunciadas y cabello negro, sin que ella lo supiera. "Chicos, la puta es toda suya. Hagan lo que quieran; solo así saldremos pares", le dijo Roberto a los hombres en el salón, mientras Carmen dormía en el dormitorio, vestida solo con una camiseta y bragas. 


Los tres hombres irrumpieron en la habitación con Roberto liderando el camino. Carmen se despertó sobresaltada, sus ojos muy abiertos al verlos. "¿Qué coño está pasando? ¡Roberto, ¿quiénes son estos tipos?! ¡No me toques!" gritó ella, intentando cubrirse y alejarse de la cama. Rafael la agarró por los brazos, inmovilizándola contra la cabecera. "Cállate, zorra. Tu marido te vendió por la deuda. Vamos a cobrarnos con tu coño", siseó Rafael, mientras Gustavo y Paco la sujetaban. 


Carmen luchaba con furia, pataleando y gritando. "¡Suéltame, hijo de puta! ¡No voy a dejar que me hagan esto! ¡Ayuda!" berreó, pero los hombres eran más fuertes. Rafael arrancó su camiseta, exponiendo sus pechos llenos, y la abofeteó para silenciarla. "Estate quieta, perra. Primero, chupa mi verga como si te gustara", ordenó, bajándose los pantalones y forzando su pene erecto en su boca. Carmen se retorció, mordiendo ligeramente, pero Gustavo la golpeó en el estómago. "¡Abre esa boca o te rompo la cara! Traga todo", exigió Gustavo, empujando su cabeza hacia adelante. 


Mientras Carmen ahogaba gemidos de dolor, Paco se unió, quitándole las bragas y separándole las piernas. "Mira ese culo apretado. Voy a destrozártelo", dijo Paco con una risa sádica. La penetró analmente sin lubricación, embistiéndola con fuerza brutal. Carmen gritó contra el pene de Rafael, su voz ahogada. "¡Ahh, duele! ¡Para, por favor, me estás rompiendo! ¡Roberto, haz que paren!" sollozó, lágrimas corriendo por su rostro, pero su esposo solo observaba desde la puerta, con una mezcla de arrepentimiento y excitación. 


Rafael y Gustavo decidieron intensificar, posicionándola para una doble penetración. Rafael la tomó vaginalmente, mientras Paco seguía en su ano, las embestidas sincronizadas haciendo que ella gritara de agony. "¡Grita todo lo que quieras, puta! Siente cómo te partimos en dos", se burló Gustavo, bombeando con más vigor. Carmen luchaba por liberarse, sus uñas arañando la piel de los hombres. "¡No, no, me van a matar! ¡Duele tanto!" gemía, su cuerpo temblando bajo el asalto. 


En ese momento, apareció su hijo adolescente, Diego, de solo 16 años, atraído por los gritos desde su habitación. "¿Papá, qué está pasando? ¿Mamá?" preguntó Diego, con los ojos llenos de shock, su pijama apenas cubriéndolo. Rafael lo agarró del brazo. "Ven aquí, chico. Tú también vas a participar. Folla a tu madre o te unimos a la fuerza", ordenó, empujándolo hacia Carmen. Diego vaciló, pero Paco lo amenazó con un puño. "Hazlo, o te rompo la cara. Mete tu polla en ella". 


Con reluctance inicial, Diego se acercó, su juventud haciendo que se endureciera ante la escena. "Mamá, yo... no quiero, pero...", murmuró, antes de que Rafael lo guiara a penetrarla vaginalmente junto a Gustavo, creando una triple penetración caótica. Carmen gritó más fuerte. "¡Diego, no, por favor! ¡Eres mi hijo!" lloró, pero Diego, impulsado por el miedo y la excitación, comenzó a empujar. "¡Oh, Dios, se siente... tan apretado!" jadeó Diego, su voz entrecortada. 


Los hombres lo animaron. "¡Eso es, chico, fóllala como una puta! Traga nuestro semen ahora, zorra", dijo Rafael, eyaculando en su boca y obligándola a tragar. "Bebe cada gota, perra", agregó Gustavo, llenándola mientras terminaba dentro de ella. Paco siguió hasta el final, rompiéndole el ano con una última embestida brutal. Carmen, exhausta y derrotada, sollozó mientras Diego culminaba, su semen mezclándose con el de los otros. "¡Ahh, mamá, lo siento!" gimió Diego, pero los hombres solo rieron. 


Finalmente, los intrusos se retiraron, dejando a Carmen rota en la cama, con Roberto y Diego a su lado, el aire lleno de un silencio pesado y pegajoso.

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