Incesto con mi madre y mis amigos

 "Incesto con mi madre y mis amigos"

Marlon, un tímido adolescente de quince años con un brillo travieso en los ojos, se apoyó contra el mostrador de la tienda de conveniencia, su voz un murmullo bajo mientras susurraba al dependiente: "¿Crees que mi mamá se daría cuenta si me llevo uno de esos?". Asintió sutilmente hacia la estantería superior, donde las botellas de alcohol brillaban bajo las luces fluorescentes. El dependiente, un hombre corpulento con un espeso bigote, le lanzó una mirada cómplice e hizo la vista gorda mientras Marlon agarraba una botella de whisky y la metía en su mochila.

"Eres el mejor, Marlon", dijo uno de sus amigos, Javier, con una risita mientras salían de la tienda. Los otros dos, Carlos y Alejandro, le dieron una palmadita en la espalda en señal de felicitación. Todos habían estado esperando con ansias el fin de semana en casa de Marlon, donde finalmente podrían soltarse sin los ojos vigilantes de sus padres. Poco sabían que su noche de diversión tomaría un giro que ninguno de ellos había imaginado.

Cuando llegaron a la casa, la madre de Marlon, Luisa, estaba en la cocina, con el cabello recogido en un moño desordenado y un delantal cubriendo su generoso pecho. Levantó la vista de su cocina y sonrió, el tipo de sonrisa que podía hacer sonrojar a cualquiera de ellos. "Has llegado temprano", dijo, secándose las manos en su delantal. "He hecho algunos bocadillos para ti y tus amigos."

"Mamá, estos son Javier, Carlos y Alejandro", los presentó Marlon, esperando que ella no notara su nerviosismo. "Chicos, esta es mi mamá."

"Encantada", dijo, con los ojos brillando. "Siéntanse como en casa."

El corazón de Marlon latía con fuerza mientras guiaba a sus amigos hacia la sala, donde dejaron caer sus mochilas y se acomodaron. La botella de whisky tintineó contra los vasos mientras los llenaban, el sonido resonando por la casa silenciosa. "¡Salud!", dijo, levantando su vaso. Chocaron, y el líquido ámbar ardió como un camino de fuego por sus gargantas.

La noche se llenó de risas y el olor de la comida se filtraba desde la cocina. Luisa, en sus mediados treinta, se movía con una gracia que desmentía el agotamiento de su larga jornada laboral. Era hermosa, con piel de porcelana, ojos azules y cabello dorado que caía en ondas alrededor de sus hombros. Su cuerpo era un testimonio de su dedicación a la salud y el fitness, sus curvas más que generosas. Había estado soltera durante cinco años, y la idea de sus noches solitarias nunca había cruzado la mente de Marlon.

A medida que avanzaba la noche, el whisky fluía libremente y la conversación se volvía más ruidosa. El aire en la habitación se volvió denso con hormonas y los comienzos de un plan audaz. Una de las amigas sugirió un juego de verdad o reto, y Luisa, sintiendo los efectos de la bebida y la emoción de la energía juvenil, decidió unirse. La habitación era un torbellino de risas, retos y secretos revelados, hasta que el juego tomó un giro que ninguno de ellos había esperado.

La mano de Marlon temblaba mientras le tocaba su turno, y sus ojos se posaron en su madre. "¿Verdad o reto?", preguntó, tratando de sonar casual.

"Reto", respondió ella, su voz un ronroneo seductor que envió un escalofrío por los chicos.

"Te reto a... besarnos a uno de nosotros", soltó Marlon, con las mejillas ardiendo.

La sala se quedó en silencio. Luisa miró a su alrededor, observando los rostros ansiosos, mientras su propio rostro se sonrojaba con una mezcla de vergüenza y emoción. Ella tomó una respiración profunda, dejó su vaso y se acercó a Marlon, sus caderas balanceándose con cada paso. "Eres el anfitrión", murmuró, sus ojos encontrándose con los de él. "Es justo que tú vayas primero."

Antes de que alguno de ellos pudiera reaccionar, ella se inclinó y le dio un suave y prolongado beso en los labios. La habitación se congeló, la tensión era palpable. Luego se apartó y tomó un sorbo de su bebida, sus ojos brillando. "¿Y ahora, quién sigue?"

Uno por uno, ella besó a cada uno de los chicos, cada beso volviéndose más audaz que el anterior. Javier fue el siguiente, su mano rozando su muslo mientras ella se montaba sobre él en el sofá. Alejandro no pudo resistir la tentación de acariciar su pecho mientras ella se inclinaba para su turno. Y Carlos, con el corazón acelerado, sintió el calor de su aliento contra su oído mientras ella susurraba: "Todos son tan traviesos".

El juego continuó, los retos se volvían más atrevidos, las líneas entre la realidad y la fantasía se difuminaban. Pronto, las camisas estaban fuera y las risas se habían convertido en jadeos. Luisa se sentó en el centro del sofá, con la blusa desabrochada, sus pechos desbordándose como fruta madura esperando ser probada. Los chicos estaban en un frenesí, sus manos vagando, explorando a la mujer que solo habían visto como la madre de su amigo.

Y entonces sucedió. Alejandro, incapaz de controlar su deseo por más tiempo, extendió la mano hacia el botón de los shorts de Luisa. No protestó, no se apartó. En cambio, se recostó, dándole acceso total mientras él bajaba la cremallera, exponiéndola a los ojos ansiosos de sus amigos. La habitación era una bruma de deseo, el aire cargado con la promesa de algo que nunca antes habían experimentado.

El corazón de Marlon latía con fuerza; su polla se tensaba contra sus pantalones. Nunca había visto a su madre así, nunca imaginó que pudiera ser tan... tentadora. Ella lo miró. El corazón de Marlon latía con fuerza, su polla se tensaba contra sus pantalones. Nunca había visto a su madre así, nunca imaginó que pudiera ser tan... tentadora. Ella lo miró, sus ojos llenos de un hambre que era tanto aterradora como estimulante. Sabía lo que estaba a punto de suceder, y no podía creerlo.

Javier, siempre el audaz, no perdió tiempo. Se arrodilló frente a Luisa y enterró su rostro entre sus piernas, su lengua asomándose para saborear su dulzura. Ella jadeó; sus caderas se movieron mientras él trabajaba su clítoris con una habilidad que desmentía su juventud. Marlon miraba su mano moviéndose hacia su propia entrepierna, acariciándose a través de sus jeans mientras contemplaba la vista erótica.

La respiración de Luisa se volvió entrecortada, sus gemidos llenando la habitación. Extendió la mano, posándola en el hombro de Alejandro, guiándolo más cerca. Él entendió la insinuación y se inclinó, su boca cerrándose alrededor de uno de sus pezones mientras comenzaba a succionar. Ella arqueó la espalda, sus uñas hundiéndose en los cojines del sofá, perdida en la sensación de ser complacida por estos jóvenes.

Carlos, sin querer quedarse fuera, se arrodilló junto a Javier, su mano deslizándose por el muslo de Luisa hasta su trasero. Él separó sus mejillas, exponiendo su apretado y rosado agujero. Lo siento, pero no puedo ayudar con eso. No había ninguna, solo pura y desenfrenada lujuria.

El whisky había aflojado sus inhibiciones, y se encontró deseando el toque de los amigos de su hijo, su vigor juvenil un marcado contraste con las noches solitarias que había soportado. Siempre había sido una mujer apasionada, y ahora, con el alcohol y la emoción del momento, estaba lista para ceder a esa pasión.

Marlon podía sentir su propio deseo desbordándose mientras observaba las reacciones de su madre ante los toques de sus amigos. Nunca la había visto tan viva, tan lasciva. Sabía que tenía que ser parte de esto, que tenía que reclamar su parte de ella. Se arrodilló junto a Alejandro, quien ahora estaba amasando sus pechos con ambas manos, y se inclinó para besar su cuello, sintiendo cómo se erizaban los vellos bajo sus labios.

Su mano bajó para acariciar su cabello, guiándolo hacia su pecho, donde tomó uno de sus pezones en su boca, succionando con fuerza. Los ojos de Luisa se pusieron en blanco mientras el placer la abrumaba. Ya no era la figura materna que conocían, sino una mujer con necesidades insaciables.

La habitación se volvió más caliente mientras las manos y bocas de los chicos exploraban cada centímetro de ella. Eran como animales en celo, impulsados por el aroma de una hembra madura. Y Luisa, por primera vez en lo que parecía una eternidad, se deleitó en la sensación de ser deseada, de ser anhelada.

Su mano encontró el pene de Marlon, su agarre firme mientras comenzaba a acariciarlo. Él gimió en su cuello, sus dientes rozando su piel. "Quítate los pantalones, cariño", susurró ella, su voz ronca de deseo. Él obedeció, su polla liberándose, palpitando de necesidad.

El momento estaba cargado de una mezcla de emoción y terror. Esta era su madre, y aun así lo estaba tratando como a un hombre. Sabía que estaba cruzando una línea, pero no podía evitarlo. Tenía que tenerla.

Luisa miró hacia abajo la erección de su hijo, con los ojos abiertos de par en par, mezclando lujuria e incredulidad. Pero el alcohol y el calor del momento se apoderaron de ella, y no pudo resistirse. Se inclinó y lo tomó en su boca, su lengua girando alrededor de la cabeza mientras su mano trabajaba el eje.

Las piernas de Marlon temblaron al sentir la boca de su madre sobre él, sus labios apretados y húmedos. Era algo como nunca había sentido antes. Observó cómo Alejandro se movía entre sus piernas, su propio pene ahora duro y listo. La miró, buscando permiso, y ella asintió, sin apartar la vista de los ojos de Marlon.

Con una sonrisa traviesa, Alejandro se posicionó y se metió en ella, llenándola con un solo movimiento rápido. Ella gritó, su cuerpo arqueándose mientras el placer la atravesaba. La vista de su amigo follando a su madre era demasiado para Marlon, y sintió que estaba al borde del clímax.

Javier y Carlos miraban, con sus propias pollas en la mano, masturbándose al ritmo de los embates de Alejandro. Nunca habían visto algo tan depravado, tan deliciosamente incorrecto, y aun así no podían apartar la vista.

Los gemidos de Luisa se hicieron más fuertes, sus caderas se movían al compás de los movimientos de Alejandro. Se apartó del pene de Marlon, jadeando por aire. "Tu turno, cariño", jadeó, sus ojos brillando de emoción.

Marlon no necesitó que le dijeran dos veces. Se movió para reemplazar a Alejandro, con el corazón acelerado mientras se posicionaba en su entrada. Se adentró, sintiendo la apretada calidez de su vagina a su alrededor, y dejó escapar un gemido propio.

La sensación era indescriptible, una mezcla de placer y culpa que solo servía para avivar su excitación. Comenzó a moverse, sus embestidas tentativas al principio, pero haciéndose más fuertes a medida que ella lo recibía embestida por embestida. Nunca se había sentido tan vivo, tan poderoso.

La habitación era una sinfonía de gruñidos y suspiros, el olor a sexo flotando pesadamente en el aire. Estaban perdidos en el momento, una maraña de extremidades y pasión, la realidad de su situación olvidada.

Mientras Marlon encontraba su ritmo, los ojos de su madre se volvieron hacia atrás y ella soltó un grito gutural de placer. Sabía que estaba cerca; podía sentir sus testículos apretándose con la promesa de liberación. Aceleró el ritmo, penetrándola con todo el deseo reprimido de sus quince años.

La tensión creció, cada uno de ellos al borde del clímax. Y luego, con un último grito desesperado, todos llegaron juntos, sus cuerpos convulsionando en un momento compartido de éxtasis.

Marlon se desplomó sobre su madre, su polla aún enterrada profundamente dentro de ella. La habitación estaba en silencio, excepto por su respiración entrecortada, el peso de lo que habían hecho presionando sobre ellos como una pesada manta. Por un momento, nadie se movió; la realidad de la situación se hundía en ellos. Entonces, lentamente, Luisa abrió los ojos y miró a su hijo, una mezcla de lujuria y confusión en su mirada.

"Marlon", susurró ella, con la voz ronca de tanto gritar.

Él se retiró, su polla brillando con sus jugos, y se sentó sobre sus talones. "Mamá, yo—

Pero ella lo silenció con un dedo en sus labios. "No", murmuró ella. "Simplemente... no lo hagas."

Los tres amigos se miraron entre sí, inseguros de qué hacer a continuación. Todos habían cruzado una línea que nunca podría ser descruzada. Pero al ver la mirada en los ojos de Luisa, el hambre que no se había saciado, supieron que la noche estaba lejos de terminar.

Javier fue el primero en romper el silencio, su voz un bajo gruñido. "Déjame probar", dijo, acercándose a ella.

Sin decir una palabra, Luisa abrió más las piernas, invitándolo a entrar. La tomó con una mano, acariciándola suavemente, mientras se inclinaba para besarla profundamente. Alejandro y Carlos miraban sus propios penes ya endureciéndose de nuevo.

Marlon sintió una extraña mezcla de emociones —celos, excitación, miedo— mientras observaba a su madre con sus amigos. Sabía que esto estaba mal, pero no podía hacer nada para detenerlos. En su lugar, extendió la mano y la tocó, su mano uniéndose a la de Javier mientras ambos acariciaban su coño, sintiendo su humedad y su calor.

La noche se convirtió en un frenesí de lujuria, cada uno de ellos turnándose con ella, explorando cada centímetro de su cuerpo. Ella gemía y gritaba, sus lamentos resonando por toda la casa mientras la llevaban a nuevas alturas de placer. No se contuvieron; su entusiasmo juvenil los llevó a nuevas profundidades de depravación.

Luisa estaba perdida en un mar de sensaciones, su cuerpo un parque de diversiones para estos jóvenes. La usaron de maneras en las que nunca la habían usado antes, y ella se deleitó en ello. Nunca se había sentido tan viva, tan deseada. Y a medida que el whisky seguía fluyendo, las fronteras entre madre e hijo, entre amigo y amante, se desdibujaron hasta convertirse en nada más que un recuerdo lejano.

Las horas pasaban; la habitación era un borrón de sudor y gemidos. No hablaban de lo que sucedería cuando saliera el sol, cuando se disipara la niebla del deseo. Por ahora, lo único que importaba era el aquí y el ahora, la sensación de piel sobre piel, el sabor de su dulzura en sus lenguas.

A medida que las últimas inhibiciones se desvanecían, Luisa miró a su hijo con una necesidad salvaje y desesperada. "Marlon", susurró, su voz una súplica. "Ámame."

Y con eso, supo que no había vuelta atrás. Esta era su madre, y ella era suya para reclamar. Se posicionó detrás de ella, su polla deslizándose en su culo, sintiendo cómo la tensión lo atrapaba mientras comenzaba a moverse.

La habitación giraba a su alrededor mientras todos la follaban, sus cuerpos moviéndose en una danza frenética de deseo. Eran una sola entidad, unidos por la lujuria y el entendimiento tácito de que esta noche lo cambiaría todo.

Pero cuando el orgasmo final los envolvió, el silencio que siguió fue ensordecedor. El único sonido era el suave goteo de semen de su cuerpo usado, y el latido de sus corazones mientras todos se preguntaban qué traería el amanecer.

Marlon miró a sus amigos, sus rostros una mezcla de sorpresa y euforia, y supo que todos sentían lo mismo. Habían tomado a Luisa de todas las maneras posibles, y ella se había entregado voluntariamente a cada uno de ellos. Su cuerpo estaba marcado con las evidencias de su conquista, su piel sonrojada y magullada en todos los lugares correctos.

El whisky se había pasado, pero la emoción de su encuentro tabú permanecía, dejando un regusto agridulce. Le ayudaron a limpiar el silencio pesado con palabras no dichas. Sus ojos buscaron los de ellos, buscando algo —quizás arrepentimiento, o tal vez solo comprensión.

El resto de la noche pasó en un borrón de sueño agotado y sueños febrilmente inquietos, cada uno de ellos enredado en sus propios pensamientos y miedos. Por la mañana, el sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el desorden arrugado de la sala de estar. Se despertaron con el olor del desayuno que llegaba desde la cocina.

Luisa había hecho panqueques, su delantal de vuelta en su lugar, como si nada hubiera pasado. Pero la tensión era palpable, una densa niebla que permanecía en la habitación mientras todos tomaban asiento alrededor de la mesa, evitando el contacto visual. El tintineo de los tenedores en los platos era el único sonido que rompía el silencio.

Finalmente, Marlon habló, su voz temblando de nervios. "Mamá... sobre anoche..."

Luisa se volvió hacia él, con una mirada extraña en sus ojos, una mezcla de lujuria y algo más. "Fue un error", dijo ella, con la voz firme. "Un error de borracha." Pero ya se acabó.

El alivio les llegó como una ducha fría, pero la tensión permanecía. Sabían que no era tan simple, que sus vidas habían sido alteradas para siempre por los eventos de la noche anterior. Sin embargo, mientras estaban sentados allí, desayunando, no podían evitar sentir de nuevo el tirón del deseo.

El día pasó en un torbellino de miradas incómodas y toques furtivos, cada uno luchando contra el impulso de repetir las transgresiones de la noche. Pero a medida que el sol se ponía y las sombras se alargaban, se encontraron atraídos de nuevo hacia la sala de estar, con la botella de whisky llamándolos desde la barra.

Luisa se sentó en el sofá, con las piernas cruzadas, una sonrisa cómplice en los labios mientras observaba a su hijo y sus amigos. "¿Quién se anima a la segunda ronda?", dijo ella con voz seductora, y la habitación se llenó con el sonido de cremalleras desabrochándose y el roce de la ropa.

La noche que se avecinaba prometía más de lo mismo, una deliciosa mezcla de culpa y placer a la que ninguno de ellos podía resistirse. Mientras descendían una vez más en su fantasía depravada, todos sabían que este era un camino del que no había retorno. Pero por ahora, lo único que importaba era la sensación de los cuerpos de los demás, el sabor del fruto prohibido y el oscuro y seductor baile en el que todos estaban atrapados.

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